sábado, 3 de julio de 2010

La Muchacha de los poemas 2

Las hembras son putas mutiladoras o putas acuchilladas. No recuerdo la forma en que habré llegado allí. Por los mismos impulsos en que he divagado por tantas vías. La falta era mía: me pregunto si quería salir con él a una obra de teatro. La situación era contraría y note con consternación que mi entorno limitaba mis peores aspiraciones poéticas. Menciono que le gustaba la poesía y que quería que lo acompañase a uno de esos dramas cursis que solía ver cuando era niña. Aun así, ¿Por qué quería el invitarme a salir? Claro, seguramente quería aprovecharse y maltratarme como todos los hombres después de la obra dramática. Tuve que rechazar la convidada, porque, después de todo, ¿Por qué otro motivo querría salir con una Puta? Y, es que cuando me hablo se encontraba temblando. No creo que tiritara por el frio, ¿Por qué hablaría tan quitado de vergüenza con una ramera en plena calle? Nada ha cambiado. Como si importara. Si alguien quiere hacerte daño te hará daño no importa cómo ni dónde. Los esbirros hacen que me duelan los dientes, y el pan añejo que había comido hacia que merendara mucho mejor que todos los manjares del mundo. Pero ya es demasiado decir. ¿Qué estás haciendo aquí? Me preguntaba cada hombre borracho al pasar. Si quieres te invito un vodka. ¿Sabe alguien realmente para que esté aquí? Mejor ni se enteren. Me fui sin despedirme mientras el no separaba la vista de mis senos. Me fui de manera colindante. Como cuando los ancianos del bar trataban de meter sus dedos entre mis costillas y mis pezones para recordar sus épocas veteranas. Ese joven a mi lado, hacia que mis huesos se volvieran lúcidos y que mis vertebras se aglutinaran en un dolor insoportable. Aunque no tenía nada entre los dientes, estos rechinaban como secreciones de cánulas enmohecidas y se ataban a mis encías como llanuras blancas a los pies de mis vigotas. Después de muchos años me hice saber para qué esgrimieran realmente esas llanuras. ¿Es realmente humano dormir casi cinco meses enteros en la calle? No lo creo. Pobre muchacho, no tenia donde dormir. Las callejuelas le valían para eso. Para dormir en una cloaca tanto de día como de noche. Cuando lo vi en aquella oscuridad saliendo de la tasca era la de un beato sancionado, expiado, un siervo inhabilitado. Con olor a flema de plátanos y ablandé con franqueas. De todos modos tenía casi mi edad y como muchos guionistas baratos pasaba largas horas aprovechándose de la santidad del viejo foca. También gozaban los poetas leyendo sus citas preferidas y cuando ya estaban muy borrachos decían que el mundo se encontraba entablado en vistas. Otros contaban sus fantasías sexuales. Que habían copulado genitales de distintas índoles y hasta un tercer genero. Con el resto de las putas frecuentábamos de noche la taberna del viejo, hasta que nos enderezábamos por los pasillos una por una hasta irnos completamente solas a buscar asiduos. Por hipotético que fuese, las que recaudábamos más dinero siempre éramos las mismas.
La vida retraída siempre es muy silenciosa y solitaria, casi inexistente. A veces oíamos chillidos, pero nunca nadie se aproximaba o se molestaba siquiera en salir a las calles para divisar lo que ocurría en ellas. El Parque Pardo era silencioso y a la vez bramante; de fanales obstruidos. Sus guardias eran viejos que ya casi no veían. Los empinados y los álamos eran ciegos. Cada flor era ciega. Inclusive nuestra aprensión era ciega, nos espantaba. Algunas de cierto carácter se sentían desconformes, la sensación era de expectativa; una expectativa virgen. La generalidad colectiva hacia que no importaba ¿Qué importa? ¿Qué es lo que realmente importa? Reíamos. Sin embargo cada odre indigente y bardo nos hacían sentir enfermas, necesitadas de vista. Los poetas son como bestias de carga. No pueden ser ni valientes ni niños, y mucho menos súper mortales. El centro del corazón se me exprimía con olores defecados cada vez que veía uno de ellos. Cavilación, cálculo, deliberación. Las viseras son las neuronas. Cablecillos de cristalina entretejida. Un escenario hipócrita queda oscuro, lleno de hormigas mordiendo una flor de carne, lleno de furia y sonido golpeando las palabras. El tiempo de nadie se queda en blanco. Y es que, nunca me he creído muy poética pero tanto frecuentar cantinas y leer a Borges, han expuesto en mi cabeza diferentes manifiestos como la más catalogada de las liricas nacionales. Tengo los pezones llenos de pétalos, puedo hacer alarde e ello. Me lo decía mi abuela cuando yo solo era una niña. Solo por necesidad me vine a vivir a la capital. De una provincia a otra hubiera sido de todas formas una puta. Pero ya no es necesario hablar de temas tan vanos. Conocí un grupo de hombres que jamás hubiera podido casarme con ninguno de ellos. Al punto conocí a un grupo de estudiantes provincianas. Con ellas entable una buena amistad, pero mi vida estaba forjada para otros fines que no eran precisamente estudiar medicina. La capital es como una prisión para putas. Por lo que empecé mendigando en la puerta de parroquias e internados donde decía: Se necesitan Arti-Culos infantiles. Al albor de la madrugada me situaba en los pasajes de la catedral de Santa Rita cerca del parque pardo y a veces casi se me olvidaba mi oficio de puta. Pero claro, a una ramera como yo Dios no la debe conocer ni en pelea de perros. Es como soltar el trapo de tu desgracia en silencio. El ambiente eclesial hacia todo lo contrario: lo que hacían era tirar las sobras de la oveja perdida a los lobos coléricos. Solo cuando nadie podía verme me acercaba a la catedral para mirar la imagen de Santa Rita cargando en sus vestidos un lecho de rosas ¿Qué significaba ese lecho de rosas? Pero jamás en la vida me acerque a un abate para preguntarle ¿no saben que la compasión es un pecado? Pues, degrada de sobremanera a quien inspira la compasión. Quien más que yo podría decírselos. Una vez casi le rezo a la virgen, pero no me atreví a hacerlo por miedo a que se sintiera ofendida. Las rosas al fin y al cabo simbolizaban el milagro de transformar la comida de los pobres en flores, o algo por el estilo ¿Qué importa? ¿Es realmente importante? ¿Dejare de ser puta por orarle a una virgen? No tengo arte ni parte dentro de nada. Aunque nunca me atreví a entrar a la iglesia en presencia de un cura los fieles que asistían a misa siempre me entregaban caudales para comprar embutido de longaniza y cuajada de lactosa. No podía pasar ahí mucho tiempo debido a las constantes observaciones y registros de la guardia federal. Ni siquiera un plato de agua caliente, ni por el invierno, como a ese muchacho. Nos están mutilando. Arrepiéntete muchacha, me dijo un novicio del apostolado que visitaba la catedral de Santa Rita. Consigue la reconciliación con tu cuerpo y tal vez dio pueda perdonarte. La reconciliación con el cuerpo… sin responder nada baje la cabeza y me fui de la sacristía. La catedral de santa Rita parecía un palacio de cristal. Sentía la punta de los dedos dormidos. Sentía cansancio. Tenía sueño. Refulgían mis dientes, nunca más volveré a escuchar a un cura; esta es la última vez que me discute un muerto. Cuando muera, quiero decir, en no mucho tiempo, ¿podre siquiera decir que aspire a la despreocupación? ¿Podre decir que aspire a una gran obra? Tal vez el suicidio sea mi gran obra. Los muertos son una contemplación de grandes obras. El dolor era una gran respuesta para una gran obra. Como un traqueteo inverso, autentico. Las putas somos como imitadores retirados que buscan la intimidad entre las palabras, suspirando, de esa forma proyectan su vida. Ahora me conformo con observar los tejados nevados desde lo lejano. Nada más. Salte un panel para obtener un lote de pan duro. Miradas de umbrías olvidadas y corroídas indiscretamente por perchas caídas. Parecía un aprisco de ratas. Como si estuviera lleno de pedacitos de cráneos aplastados. Era de noche. Me sentía triste, en medio de la calle, como no había comido hace muchas horas el pedazo de pan me hiso doler los entresijos. La nieve caía como ladrillos de espuma disuelta o agentes de goma diluidos. El desconsuelo era como un tumor entre mis piernas. Durante lapsos me quede mitrando las calles desoladas. Veía mi reflejo sin forma en las vitrinas, como si se tratara de una mentira sucia. Camine por entre los someros de las calles hasta llegar al parque pardo. No se divisaba casi nada. Vinieron a mi mente las palabras del novicio: reconciliación con el cuerpo… Decide visitar nuevamente la iglesia. Estaba abierta, pero llena de primitivos mendigos que venían de las viejas vías ferroviarias. Me metí a la catedral por una rejilla estrecha ¿Dónde estaba la imagen santa? Alguien se había olvidado de cerrar bien los portones de la parte delantera y todo el palacio de cristal se había llenado de indigentes. El piso se había vuelto de un color ocre turbulento. Me ajuste bien el corsé y llegue a lo que parecía una estatua de latón bruñido. Empuje las randillas hasta llegar a la imagen. Los pensamientos de mi cabeza ya empezaban a diluirse. No recordaba nada. Sentía un frio inmenso en las manos y en la nuca. Los ventanales azulencos y carmesíes me hacían recordar mi condición de puta. Era una especie de acumulación mental, casi esterilizada. Era la imagen de Santa Rita que parecía estar desnuda y tiritando frente al ruido de un Mirage y el sonar de las navajas de cientos de vaticinios diferentes. La virgen estaba abstraída, ladeada, desarropada ¿Por qué aquella imagen me hiso sentir un temor tan inmenso dentro de mi pecho descalzo? Me dieron ganas de pedir perdón por todo. Mis médulas se retorcían. Llore, llore como si nunca en mi vida lo hubiese hecho, como si me hubiesen apropiado un gancho insufrible. Me tire en el suelo y seguí gimoteando. Era afable y necesario que me fuera, que me fuera lejos. Tenía entre los dientes sabor a hígado limpio, a panes con cebollón. Deje mis pisadas sobre la cerámica flacuchenta, observe que había dejado gotillas de sangre. Quise seguir llorando, pero ya no sabía cómo. Mi piel se iba enterrando en la oscuridad de todas las formas posibles. Mientras caminaba sentía que el mundo entero me observaba ¿importa realmente? Ya no lo sé. Empalme las cruces con la mente rendida. Me despedí de todos los santos, menos de Santa Rita. Aceleraba el fulgor con los alarmes del turno. Sin darme cuenta seguía llorando. Charquillos de semen y poluciones simientes golpeaban mi rostro como si fueran un solo bofetón y el frio hacia que ardieran mis ojos como si miles de moscardones pasaran frente a mi vista. Sentía que miles de agujeros transfigurados y solitarios se abrían en mi cuerpo. Hubiera podido seguir por los callejones pero seguramente no hubiese pasado nada. Limpie mis ojos con un trapo rojo para tachar las causas. En estos últimos meses he tratado de razonar sobre las palabras de novicio, reconciliación con tu cuerpo. Quizás un instinto muy lóbrego y primitivo me las recuerda constantemente y las conmemora. Solo existe una persona que logro entender mis poemas. Por ahora, largos y extensos son los murales que desde el abismo me arrastran hacia la luminaria, como una cara llena de muecas observándome desde el fondo.

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